martes, 15 de septiembre de 2009

Sobre el Margaritón y otras yerbas


Corría el año 1994 y la Escuela Municipal de Arte Dramático funcionaba en su mítico enclave histórico: el ala izquierda del Teatro Solís.

Decimos mítico, por que existe, en la idealizada y romántica mirada del hoy, la idea de que en aquella Escuela todo era perfecto.

Quienes vivimos nuestro proceso formativo en la EMAD de aquellos años, sabemos que no todo era perfecto.


Más allá del encanto de la terraza sobre la calle Buenos Aires, la amplitud y funcionalidad del Salón 1 y la nobleza edilicia de las pequeñas oficinas administrativas; aquella Escuela tenía enormes carencias locativas y presupuestales.


Nos gustaría reiterar el concepto: enormes carencias.

Y pasamos a detallar: el único salón con características adecuadas para el desarrollo de actividades del Área corporal y de arte escénico era el susodicho Salón 1; recordemos la existencia del “gimnasio” y su piso engomado ubicado en un área de pasaje excluyente hacia los salones que daban a la calle Reconquista; por lo cual cada vez que compañeros diseñadores o actores querían acceder a esta zona de la Escuela, debían esperar puntillosamente a que Susana (la profesora acompañante de Tito Barbón) terminara de interpretar sus valses, para que la magna voz del profesor, transformado por unos segundos en guardia de frontera diera la voz de “pase”.

Podemos recordar también, algunas clases de arte escénico dictadas en los pequeños salones de maquillaje rodeados de sugerentes trampas mortales (históricos espejos legados de Narciso).


Como no recordar la histórica disfuncionalidad de los calefones del vestuario femenino que decretaban (muy a nuestro pesar) baños colectivos en el vestuario masculino. ¡QUE ESCANDALO!


Otra perla era el tema calefacción.

Muchos de los exámenes derivaban por problemas edilicios hacia la, en aquel entonces, rustiquísima y gélida Zavala Muniz.
A este respecto basta recordar que antes de salir a escena en los exámenes de verso español y tragedia griega, teníamos que calentarnos en torno a una lata de bronce llena de alcohol azul encendido, para soportar los rigores de aquellos trágicos inviernos.

Respecto a la Zavala podríamos recordar el estoicismo espartano de todos los que intentamos levantar imágenes sensibles con tres kilogramos de astillas clavadas en las plantas de los pies, provenientes del destruido piso de madera del glorioso “salón del medio”.

Si esto no fuera suficiente también podemos recordar las disfrutables clases de arte escénico con Adriana Lagomarsino en los canteros de la Plaza Independencia, acompañadas de la polifonía de piropos que los obreros de la construcción del, en aquel momento en obras, Palacio de Justicia, emitían sobre nuestro trabajo. Creemos que el concepto de polución sonora fue acuñado en aquellos años.

Este panorama se constituía sin dudas en un campo fértil para la reflexión acerca de las necesidades institucionales que padecíamos a diario todos los involucrados con la institución.

Nuestra plataforma reivindicativa tenía escaso eco en la Administración Central, puesto que para las autoridades de turno seguramente ni siquiera existíamos como concepto.
No éramos más que una oficina perdida en la Kafkiana multiplicidad de oficinas de la estructura administrativa de aquel Solís.

La pregunta entonces era: ¿Cuál es la estrategia y las acciones que debíamos llevar adelante para entrar en la agenda de las autoridades de turno?


Uno de las respuestas a esta pregunta fue la creación del Margaritón.

¿Para que? Para abrir las puertas de la Escuela a la comunidad; en el entendido de que necesitábamos generar conciencia de la presencia de la EMAD y lo fundamental de apropiarse de ella como parte de su acervo cultural; la sociedad debía saber de nuestra existencia, de nuestra misión, del significado de una Escuela de Arte pública como espacio generador y movilizador de eventos culturales.

Si la EMAD no se hacía carne en la comunidad, que es la que con su voto, define el modelo de gobierno y sus autoridades, ¿de que otra forma podríamos nosotros exigirles a esas mismas autoridades mejoras sustanciales en términos presupuestales y edilicios para un mejor funcionamiento de nuestra Institución?


El primer Margaritón fue la respuesta que encontramos en aquel momento a la pregunta de cómo instalar a la Escuela en la vitrina de la sociedad.

Ese Margaritón también sembró la semilla del debate y reflexión sobre otra posible Escuela, sintetizada en una pregunta que recorría los antiguos pasillos del ala izquierda del Solís: “¿Qué Escuela queremos?”

Las generaciones que confluíamos en la EMAD de aquellos años, también empezábamos a necesitar, al igual que otras muchas antes y muchas otras después; miradas y opiniones artísticas que la Escuela no contenía.
Como verán nada nuevo.
Fue así que empezó a pensarse en un evento que generara encuentros, intercambios y otras visiones.
También de esa necesidad surgió el Margaritón.
Reivindicar a nuestra Escuela para la sociedad y a la vez buscar otros caminos.

Así fue que el orden estudiantil tomo por asalto la Escuela y la Escuela, “madre piadosa”, se dejo asaltar.
Ese vinculo de amor odio con la EMAD vive; y tal vez, ese sea el motor que nos hace parirla, matarla, revivirla, volverla a matar y hacerla nacer todo el tiempo.
Todos aquellos que pasamos por la EMAD transitamos por huellas que otros dejaron, con la íntima convicción de que estamos haciendo cosas nuevas, y tal vez lo nuevo está en hacer cada vez más profunda esa huella que recibimos como legado.

La EMAD ha avanzado en la perspectiva de estos 15 años mucho más de lo que somos capaces de percibir en la vorágine del presente. Queda mucho por hacer, muchos puentes por tender; pero por ese camino, en sintonía con aquellos puentes abiertos por el primer Margaritón, caminamos hoy, construyendo nuestras modestas utopías cotidianas.


Claudio Castro y Alberto Rivero (Generación 92)

1 comentario:

  1. muchas gracias por hacerme recordar con tanta exactitud aquellos tiempos. Que sea con mucha salud y mucho amor, y por muchos margaritones más!

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